sábado, 9 de febrero de 2008

El mundo del creyente en los ovnis

En términos muy amplios, hay dos tipos de ufología: la seria, practicada utilizando el método científico, y lo que yo llamaría ufología popular, la clase de ufología que uno encuentra en las librerías en la sección de la New Age. No cabe duda de que los ovnis existen realmente, pero ovni significa objeto volante no identificado, y, hasta donde yo sé, no hay ninguna prueba tangible de que ningún ovni sea una nave espacial extraterrestre. Es innegable que algunas personas realmente ven (o creen ver) cosas en el cielo que no reconocen; pero denominarlas ovnis es quizá prejuicioso, porque la expresión objeto volante implica un aparato mecánico como pudiera ser una nave espacial extraterrestre. Una denominación mejor sería la de aparición aérea no identificada, cuyo estudio científico ha llevado al descubrimiento de numerosos fenómenos inusuales, tales como las luces de terremoto, un tipo de descarga atmosférica causada por la actividad geomagnética.

Quiero dedicar este ensayo a la ufología popular, que, en EE UU, supone la creencia de que algunos ovnis son naves espaciales extraterrestres. ¿Por qué tanta gente -al menos la mitad de los norteamericanos encuestados- cree algo tan increíble y sobre la base de evidencias tan endebles? La respuesta es sencilla: lo creen porque no consideran que sea increíble, o que la evidencia sea endeble. ¿Por qué? Para encontrar la respuesta, debemos adentrarnos a través del espejo en el mundo de los creyentes, donde encontraremos un completo universo lleno de formas de vida alienígena, tecnologías de ciencia ficción e intrigas políticas.

Posibilidad es inevitabilidad

Debemos comenzar con la cuestión de la existencia de vida alienígena, dado que sin ella la creencia en esta ufología popular despegar del suelo. ¿Cuáles son los hechos que conocemos?

Si dejamos de lado las afirmaciones de la propia ufología popular, nos encontramos con que no hay absolutamente ninguna evidencia de que exista vida extraterrestre inteligente. Los varios proyectos SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre), que escrutan el cielo con potentes radiotelescopios intentando captar señales alienígenas, no han dado ningún resultado. Si Marte pudo haber acogido alguna vez organismos unicelulares, según los datos de las sondas Viking que aterrizaron allí, hoy en día es un planeta muerto. Hasta donde la ciencia conoce, por tanto, estamos solos en el universo.

Sin embargo, habría que buscar mucho para encontrar un científico dispuesto a sostener que la vida es un fenómeno único de la Tierra. Por el contrario, la mayoría de los científicos cree que la vida extraterrestre probablemente exista, ahí fuera, en algún lugar, puesto que el universo es inmensamente grande. Incluso si la posibilidad de vida inteligente es de una entre mil millones, existen tantos billones de estrellas que sería francamente sorprendente descubrir que no existe vida alienígena. El creyente interpreta esto como que la vida extraterrestre definitivamente existe. Su siguiente paso es traer a los alienígenas a la Tierra.

Se pueden elaborar argumentos acerca de la gran dificultad que supone un viaje interestelar basado en la física que conocemos. FRANK DRAKE, por ejemplo, explica que el gasto de energía y los recursos necesarios para trasladar cien alienígenas a un sistema solar próximo serviría para proporcionar un lujoso nivel de vida a cien mil alienígenas que decidiesen quedarse en casa, y que, por tanto, cualquier especie extraterrestre capaz de contar consideraría un enorme desperdicio cualquier intento de exploración de la galaxia (salvo si se hiciese mediante radio). Podríamos añadir que la distancia entre las estrellas es simplemente demasiado grande como para atravesarla en un período de tiempo razonable.

Sin embargo, en opinión del creyente, tales argumentos son un signo de cerrazón mental. Para el creyente, la barrera de la luz se romperá algún día, igual que se rompió la barrera del sonido. Incluso citaría el trabajo de Alcubierre sobre el impulso warp y concluiría que, puesto que la posibilidad es igual a inevitabilidad, los extraterrestres pueden utilizar la materia exótica y usar tecnología translumínica. Su argumento final sería que «la ciencia no lo conoce todo», que las leyes de la física tal y como las conocemos son una aproximación transitoria hacia las leyes de la física que nuestros visitantes extraterrestres conocen y utilizan.

Indudablemente, es posible que existan los alienígenas, e incluso que puedan visitar la Tierra. No tiene sentido discutir que semejante reto tecnológico sería imposible para los humanos porque, bueno, al fin y al cabo hablamos de extraterrestres, y ¿quién nos asegura que ellos no tengan el impulso warp o que su período de vida no alcance los diez mil años? Los escépticos deben admitir la posibilidad de visitantes extraterrestres, pienso yo, pero no su inevitabilidad. La prueba, sin duda, debe estar por algún sitio. Así que la cuestión que debe contestar la ufología popular es: ¿Dónde está la evidencia física de que los alienígenas estén visitando la Tierra?

¿Dónde está la vaca?

El eje de una creencia en las visitas de extraterrestres debe ser una teoría conspiratoria: la idea de que la evidencia física de estas visitas está siendo ocultada al gran público por el Gobierno o por los propios extraterrestres. Sin una teoría conspiratoria de algún tipo, la creencia en los visitantes alienígenas es simplemente insostenible, puesto que no se conoce ninguna evidencia física de que los extraterrestres estén visitando la Tierra.

Los creyentes sostendrán que existe un montón de evidencias: avistamientos, informes, e incluso pruebas físicas como círculos en los campos de cereales, ganado mutilado o marcas en el suelo. Pero todos esos ejemplos de evidencia son simplemente afirmaciones. Se afirma que lo que se vio era una nave extraterrestre o se afirma que una vaca fue mutilada por alienígenas, pero nunca hay ninguna prueba científica de que los extraterrestres hayan tenido nada que ver en el asunto.

De hecho, la ufología popular consiste enteramente en afirmaciones, y sólo es posible estudiar esas afirmaciones. No podemos estudiar a los propios ovnis -puesto que por definición son no identificados y se trata de fenómenos transitorios-, y tampoco podemos reproducir los avistamientos en el laboratorio. ¡Tenemos una montaña de afirmaciones acerca de los alienígenas, y ni una sola evidencia física de que siquiera existan los alienígenas!

¿Cómo podemos hacer que encajen las afirmaciones con la falta de evidencias? Los escépticos adoptan una actitud abierta y procuran dejar de lado las afirmaciones sobre extraterrestres para determinar la verdadera naturaleza del fenómeno. El problema, como ya he dicho, es que la mayoría de las veces el único fenómeno que tenemos para estudiar es la afirmación en sí misma, puesto que el ovni hace tiempo que se ha marchado.

Sin embargo, para un creyente no hay distinción entre las palabras afirmación y evidencia. Si alguien afirma que ha visto una nave extraterrestre, el creyente se limita a preguntarse: «¿Es un testimonio fiable?». Mientras que el escéptico preguntaría: «¿Lo que vio era una nave extraterrestre?». El creyente, dado que sabe con seguridad que los extraterrestres existen y que pueden visitar la Tierra, da por sentado que un policía o un piloto de caza es capaz de reconocer una nave extraterrestre cuando la ve.

Pero... ¿puede realmente? Trate de preguntar a alguien que asegure haber visto una nave extraterrestre cómo fue capaz de deducir que lo que vio fue (1) una nave espacial y (2) extraterrestre. Una pequeña minoría asegurará tener buenas razones para haber llegado a esa conclusión, como puede ser una conversación con los alienígenas o una visita a otro planeta en la nave espacial. Pero la inmensa mayoría de ellos dirá que vio una luz que se movía en el cielo y, por lo tanto, no tiene ninguna base para decir que vio una nave extraterrestre. Si se les pregunta, se ponen a la defensiva -«Yo sé lo que vi»- o incluso se muestran claramente arrogantes: «Tiene usted la mente cerrada».

Es lamentable que la pequeña minoría que llega a encontrarse con los extraterrestres nunca haya obtenido una prueba tangible de que tal cosa sucedió realmente. Ni siquiera los abducidos se las arreglan para birlar un mísero cenicero alienígena de la habitación en la que les interrogan. Es la completa ausencia de evidencia la que deja a los escépticos perplejos: ¿No hay por ahí absolutamente nada extraterrestre que sirva de prueba de todas esas visitas alienígenas?

Pero los creyentes pueden explicarlo con toda facilidad, y formar un paquete consistente que incluye cualquier cosa que parezca apoyar su creencia. Hay una conspiración mundial para esconder esas visitas extraterrestres, en la que están involucrados los propios extraterrestres o un gobierno secreto, o ambos a la vez. Cada fragmento de evidencia física es inmediatamente recogido por los agentes de esta horrible conspiración -quizá los siniestros hombres de negro- en cualquier parte del mundo en que pueda aparecer. Aquéllos que tienen conocimientos peligrosos acerca de esta verdad son intimidados para que callen, o se les hace desaparecer. Por supuesto, si el Gobierno niega todo conocimiento acerca de las visitas alienígenas -como ocurrió en la reciente investigación sobre el incidente Roswell-, se trata tan sólo de un nuevo intento de ocultar los hechos, y cualquier evidencia que pueda debilitar esta teoría conspiratoria es simplemente una desinformación.

Debemos excusar a los escépticos por considerar esta idea como un poco paranoica y por objetar que se trata de una hipótesis no falsable, pero una vez que el creyente ha ingerido esta píldora mágica es capaz de creer en lo que quiera. Y no ayuda nada a los escépticos el que, gracias a la Ley de Libertad de Información, los que sostienen esa teoría conspiratoria puedan acceder hoy en día a documentos que mencionan los ovnis, escritos en una época -la guerra fría- en la que la paranoia sobre una conspiración comunista dominaba a los políticos y militares norteamericanos. Cabría esperar que los militares norteamericanos hubiesen puesto un especial interés en cualquier informe relativo a fenómenos inusuales en el cielo durante el período de la guerra fría, fuesen éstos reales, erróneos o imaginarios, pero los creyentes se agarran a ellos como prueba de la conspiración y, por tanto, de las visitas extraterrestres, ya que no hay humo sin fuego.

Diez millones de moscas no pueden estar equivocadas

En el corazón de la ufología popular, hay unos pocos individuos absolutamente dedicados a ella. Algunos de ellos creen de verdad que los extraterrestres están visitando la Tierra, basándose en experiencias personales. Otros están ordeñando la vaca de la ufología con todo cinismo, simplemente por las ganancias que obtienen. Pero la mayoría de los creyentes no encaja en estos prototipos. Simplemente han leído un gran número de libros sobre ovnis, en los cuales las afirmaciones se presentan como hechos, y han sacado la conclusión de que si hay tantos libros, revistas y programas de televisión acerca de visitantes alienígenas y si el 50 % de los norteamericanos cree en ellos, es que algo debe haber.

¿Qué daño puede hacer creer en semejante cosa? En la mayoría de los casos, probablemente ninguno. Personalmente, no veo una gran diferencia entre quien escribe acerca de visitantes extraterretres y quien se dedica a calcular horóscopos o explota un servicio telefónico de videncia como un «entretenimiento solo para adultos». La gente realmente desea creer en esas cosas por alguna razón, y está dispuesta a pagar para que les digan lo que quieren oír. En definitiva, no importa realmente si el 50 % de los norteamericanos cree o no en visitas alienígenas. Si no estamos, como piensan algunos, en las vísperas de una invasión extraterrestre y si nuestros impuestos no se gastan en gorros de plomo para preservarnos de las ondas cerebrales alienígenas, no veo ningún daño en divertirse un poco con hombrecillos verdes o grises, o del color que sean.

Es más: la idea de un universo repleto de viajeros alienígenas es de por sí divertida, y ha dado lugar a géneros de literatura y arte que ha sido disfrutado por igual por escépticos y creyentes.

Sin embargo, hay un par de excepciones que quisiera mencionar. La primera es la práctica de recuperar recuerdos de abducciones alienígenas mediante la hipnosis. Si estas almas torturadas no han sido realmente abducidas por extraterrestres -y recuerdo que ni una sola de las víctimas ha sido capaz de demostrarlo-, entonces uno tiene que poner en duda los métodos y la ética de sus hipnotizadores. Sería de esperar que los propios terapeutas hubieran intentado regular el uso de la hipnosis, especialmente en una sociedad tan litigiosa como es la de EE UU.

En segundo lugar, y como es obvio, los casos en los que las afirmaciones de la ufología popular dañan realmente a la gente son los de las sectas ufológicas. Por supuesto, la ufología no es la única religión que ha provocado suicidios en masa, pero al contrario que la mayoría de las religiones, los ufólogos aseguran tener una base científica. De hecho, habría mucho que criticar en lo que se entiende por ciencia dentro de la ufología popular, y los que apoyan la idea de que las visitas extraterrestres han sido refrendadas por auténticas evidencias científicas deberían darse cuenta de los extremos a los que puede llevar este tipo de exageraciones.

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